Se cancelan los Minimis : crónica de un experimento aduanero
Nace una idea diminuta
La historia empieza con un gesto práctico: evitar trámites absurdos por cositas baratas. En 1938, el Congreso de EE. UU. incorporó a la Ley Arancelaria de 1930 una excepción llamada de minimis (“lo demasiado pequeño para importunar”), para que paquetes de muy bajo valor entraran sin pagar derechos ni causar un caos en la aduana.
El objetivo era claro: ahorrar tiempo y dinero al gobierno… y a la gente que traía un llavero, una camiseta o un libro barato.
Décadas después, la regla recibió un turbo moderno. En 2016, con la Trade Facilitation and Trade Enforcement Act of 2015 (TFTEA), el umbral subió de US$200 a US$800, y millones de pequeños envíos empezaron a volar por las aduanas con un guiño y un “siga”. Era la autopista exprés del comercio de los pequeños envíos.
La edad dorada de las pequeñas exportaciones
Para los pequeños exportadores e importadores, el de minimis fue un superpoder:
- Cero aranceles y menos papeleo: no había que presentar una entrada formal ni pagar tasas. El tiempo de entrega bajaba, los costos también.
- Pruebas de mercado sin miedo: lanzar un producto, enviar muestras, “testear” precios… todo más simple y barato.
- E-commerce al alcance de cualquiera: la pasarela ideal para artesanos, marcas nacientes y micro-tiendas globales. En una década, las pequeñas exportaciones se multiplicaron: de ~139 millones a 1,36 mil millones de envíos, hasta representar 92% de las entradas de carga por número de paquetes.
El trato era sencillo: “si vale menos de US$800, pase”. Y el comercio —desde talleres familiares hasta marketplaces gigantes— se enamoró.
Cuando lo diminuto se hace gigante
Pero toda autopista sin peajes termina congestionándose. Con la explosión del comercio en línea, los flujos se volvieron oceánicos y aparecieron sombras: subvaloraciones, envíos fraccionados “a propósito”, mercancía falsificada o con riesgo de trabajo forzoso, y hasta tráfico de drogas oculto entre millones de cajas.
Las autoridades empezaron a admitir que el de minimis, diseñado para la era de las ventas por catálogo, estaba siendo abusado a escala digital.
En paralelo, el argumento de “equidad” cobró fuerza: empresas que importaban formalmente pagaban aranceles y cumplían con todas las agencias; otras, enviando miles de pequeñas exportaciones, esquivaban costos y controles.
El principio del fin
Primero vinieron los apretones por país y por sector. En 2025, la Casa Blanca cerró el de minimis para bienes de origen chino, alegando, entre otros motivos, la urgencia de frenar el flujo de opioides sintéticos y cerrar “vacíos” arancelarios. Fue la señal de que esta historia de pequeñas exportaciones sin tramites y sin aranceles estaba por terminar.
Luego llegó el golpe definitivo: una orden ejecutiva anunció el fin del de minimis para la gran mayoría de envíos de bajo valor a partir del 29 de agosto de 2025. Desde ese día, las pequeñas exportaciones pagan: o bien aranceles por país y producto (10–50%), o tasas planas por paquete (entre US$80 y US$200), con excepciones limitadas (p. ej., ciertos regalos pequeños). Varios correos y mensajerías en el mundo pausaron o restringieron entregas a EE. UU. mientras recalibraban sistemas para cobrar y remitir derechos.
La aduana estadounidense, por su parte, avisó que exigiría entradas electrónicas y fianzas para estos envíos, y publicó orientación operativa: ya no habría “vía rápida” generalizada; tocaría declarar como los grandes.
¿Quién gano y quien perdió?
La promesa oficial: menos contrabando, más control de riesgos (propiedad intelectual, salud, seguridad), y un terreno de juego más parejo para los que sí cumplían.
La factura: costos y tiempos más altos para consumidores y pymes que vivían del envío directo de bajo valor; un aterrizaje duro y con un previo aviso muy corto que nos obligó a movernos muy rápido.
¿Fue el de minimis una mala idea? No. Fue una gran herramienta… para otro mundo. Nació para aliviar “pequeñeces”; murió porque, en la era del comercio electrónico, esas pequeñas exportaciones se volvieron un tsunami. Hoy 29 de agosto de 2025 cierra el telón de un experimento que facilitó el comercio como pocos y que, cuando creció demasiado, obligó a reinventar la puerta de entrada.
El fin del de minimis ajusta una puerta que a los pequeños exportadores de café les permitió soñar en grande con exportaciones de 50 kg. Ese atajo abarató pruebas de mercado, envíos de muestras, suscripciones y ventas directas a consumidor; hoy, la realidad es otra: aranceles y tasas, entradas formales, más papeles y tránsitos más largos. No es el final del juego, pero sí el final del “envíe y olvídese”.
Los retos llegan en tres oleadas. Primero, costos y precios: al sumarse aranceles/tasas y gestión aduanera, cambia el precio puesto en EE. UU. Habrá que recalibrar márgenes, renegociar con clientes y decidir quién asume el extra (exportador, importador o consumidor).
Segundo, operación y cumplimiento: ya no basta una factura y una guía; se vuelve imprescindible una entrada aduanera adecuada, un importador que presente la documentación, clasificación arancelaria impecable y pruebas de origen claras.
Tercero, tiempos: los couriers seguirán existiendo, pero los controles serán más estrictos; inspecciones y demoras serán parte del paisaje, especialmente para partidas pequeñas y frecuentes.
¿Qué hacer para que el negocio siga su flujo?
El café de origen seguirá enamorando, solo que ahora exige disciplina operativa. La creatividad que usamos para cultivar en altura y tostar con carácter hay que llevarla a la logística: menos impulsos, más estrategia. Quien logre convertir la frontera en un proceso repetible y transparente seguirá contando su historia en cada taza—con o sin atajos aduaneros.
Espero que tengas un excelente día y por supuesto muy felices cafés.
Juan Felipe Jaimes V
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Muy interesante el articulo, no sabia ni la mitad de lo que dices y se me viene a la mente que si antes era complicado, ahora es imposible pensar en exportar o como lo estan manejando ustedes, yo apenas estoy empezando mi proyecto y quiero saber si aun hay esperanza para sacar mi café del pais.